Memorias del deshielo


por Claudio M. Iglesias

Un jardín de plantas semisilvestres da semillas en un valle soleado. La jardinera avispada prefiere la semilla dura, reticente a los pájaros, y de maduración más rápida. (Los pájaros, notoriamente, le llevan la contra en la preferencia.) Una tableta le indica qué plantas esperan en las distintas partes del jardín y qué necesitan. No es una comunidad tecnohippie en alguna serranía californiana; no hay domos geodésicos, sino construcciones circulares de barro y piedra, que se acomodan de mala manera formando un patrón irregular con otros jardines, en una especie de suelo aluvial. La tableta es de arcilla: un mapa del jardín, dividido en zonas detalladas. De obsesiva nomás, la doña acabará por convertirse en cómplice necesario de la reproducción del yuyo--tan invulnerable su semilla, que ni siquiera sabe caerse sola y germinar; la despotenciada semilla ahora necesita que vengan a cosecharla. Esta es la escena central a cuyo estudio se aboca Steven Mithen: una escena de cándido abuso mutuo entre vegetales y humanos, que daría forma, entre los primeros, a un tipo artificial de cereales (llamados domésticos) y entre los segundos, a la escalada demográfica y la forma de organización vinculada al surgimiento del estado. La escena ocurre en algún lugar de la Mesopotamia en el deshielo que sigue al último pico glacial, cuando el clima se templa y la jardinería de cereales se convierte en una opción viable frente a la recolección de frutos y el benemérito venado.

Pero antes de la explosión demográfica, antes de los coágulos de casonas de barro, los graneros, los gobiernos, los primeros basurales y las caries (el verdadero beneficiario de la revolución verde), una enorme placa de hielo se zafa y cae redonda en el océano ártico. Las temperaturas marítimas bajan, reteniendo las nubes; las corrientes cambian de rumbo y con ellas los vientos. Nuevamente, seca y helada. Y venado, que sigue cruzando en manadas las grandes avenidas de los valles mesopotámicos, pero cambiando la ruta cada vez. Tras ellos, los cazadores recolectores vueltos al ruedo. Alguno, emprendedor o nostálgico, con una bolsita de trigo colgada de la cintura.

El ir y venir de venados, humanos, semillas, temperaturas medias y precipitaciones anuales dio forma al abigarrado mundo del neolítico temprano, en el que no había lugar, todavía, para la alfarería ni la burocracia. Mithen cuenta la historia entrecruzando tres puntos de vista: el suyo, saturado de evidencia arqueológica, discusiones en congresos, viajes de campo y tardes de cerveza en la playa con sus estudiantes de posgrado; el relato original de Sir John Lubbock, el erudito victoriano que inventó la Edad de Piedra poco antes de que Marx publicara el primer volumen de El Capital; y un hipotético John Lubbock contemporáneo transplantado al sol primal del Neolítico, para dar color a las hipótesis de Mithen y discutir las de su tocayo histórico. After the Ice, como indica su subtítulo, tiene un alcance global; y su triunvirato de protagonistas recorre quince mil años de historia, además de contar la biografía intelectual de su autor (mediante digresiones nostálgicas al trabajo de campo y las cervecitas con lxs chicxs). Por planetario, por exhaustivo, por nostálgico, el libro cambia riqueza ensayística por foco explicativo. El relato argumentado del trigo que va dejando paso al Estado bajo la mirada atónita de los pájaros se pierde en una infinidad de escenarios, épocas climáticas y puntos de atención: la tradición artística de la pintura en cavernas, la historia geográfica de Estados Unidos, los patrones de población del continente americano, el apogeo y el destino de la megafauna, junto a las discusiones arqueológicas y esas cervecitas que ya no volverán, le complican la concentración al lector. Pero no le quitan mérito, ni interés, al afán de cargarse una mochila y quince mil años de la evolución social y ecológica.

Comments

  1. Sólo leí unos pocos fragmentos del libro. En agosto me tiré a chanta. Si fuera Mithen, te contrato como ghost writer. Gran reseña, Claudio!

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  2. Buen post!!!!!

    Confieso que en agosto no leí, pero ya me voy a poner al día.
    Gracias por compartir las lecturas, es mi forma (vaga) de sentirme parte de este proyecto.
    Hoy mientras vadeábamos caminos de barro en medio de la tormenta, le conté a mi hija -que era la que manejaba a los patinazos con total seguridad- cómo la agricultura había modelado el mundo en que vivimos, desde la alimentación hasta la propiedad privada, la familia y el concepto de trabajo.
    Soy fan de este club de lectura, gracias Lucas, gracias a todos por tan buenos posteos.
    Saludos

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  3. veo que todos tenemos problemas de disciplina... creo que es importante ser conscientes de que colgarse con un libro no nos tiene que quitar ganas de encarar el siguiente. y acuérdense que enero y febrero son meses "feriados" donde se puede retomar lo que quedó en el camino.

    muchas gracias Claudio Eme por tu aporte!

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  5. Les recomiendo los últimos dos capítulo sobre Egipto y la Mesopotamia, si abandonaron en el interín. (Yo me salteé Oceanía.)
    Gracias a todos

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  6. A los que no leyeron After the Ice quiza les alegre saber que los capítulos 3 y 4 (y probablemente varios de los que siguen, pero hasta ahora llegué al 4) de First Farmers de Bellwood es de alguna manera una puntualización de las principales conclusiones arqueológicas que tan agradablemente recrea Mithen, en el estilo que Claudio refleja.

    Lo que pasa es que haber leído a Mithen antes, hace mucho más comprensible a Bellwood (bastante árido).

    Muy buena la alusión de Claudio a la cervecita de Mithen. El tema parece interesarle especialmente. Me divirtió notar que todas sus reconstrucciones suelen terminar alrededor del fuego, charlando, comiendo, BEBIENDO y otras hierbas, con música y danzas.

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    1. A mí me está costando un poco First Farmers, y es verdad que se superpone parcialmente con After the Ice. (Diría que no tiene la saudade pero tampoco la plasticidad de Mithen.)

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